La gripe es una infección viral aguda, que ocurre cada invierno de octubre a abril en todo el mundo como una epidemia local o una pandemia (epidemia general). Afecta cada año al 12% de la población mundial, pudiendo llegar al 35% cuando circula un virus distinto al habitual.
En la población general es causa de una importante morbilidad y en los casos de pacientes con factores de riesgo, enfermedades respiratorias, cardiovasculares e inmunodeprimidos, puede producir muertes. Por todo ello, es una de las enfermedades que causan más solicitud de asistencia médica y bajas laborales.
En este campo, las vacunas y los medicamentos antivirales juegan un papel importante y esperanzador.
Se ha demostrado que la vacunación reduce considerablemente los costes de la gripe en los grupos de riesgo. En los USA, se ha calculado que durante los años 70, la vacunación produjo un ahorro neto de 37.500 millones de pesetas.
La vacunación de la gripe se recomienda actualmente para unos grupos bien definidos (mayores de de 65 años, los que tienen más riesgo de presentar complicaciones por tener enfermedades de base, o condiciones de vida donde el virus se puede diseminar más rapidamente). Sin embargo, estos grupos varían de un país a otro.
En la gente con edad laboral, la vacuna se administra en un 10%, elevándose a un 58% en los ancianos.
Las cepas (o tipos de virus) de las vacunas se cambian cada año para que sigan siendo efectivas. Gracias a los sistemas de vigilancia en todo el mundo, los expertos pueden detectar el tipo de virus que causará la gripe el invierno siguiente, y así se puede fabricar la vacuna.
La eficacia de la vacuna de la gripe en cuanto la prevención de la infección o a la reducción de su severidad depende de muchos factores, como:
La vacuna de la gripe es más efectiva si la exposición sucede después de un mes de la vacunación y dura un año.
Como resultado de la interacción de todos estos factores, la vacuna de la gripe es efectiva en un 70% de los casos.
Ya que la gripe causa manifestaciones clínicas de tos, fiebre, dolores de cabeza y musculares, rinorrea mucosa, etc., y a falta de un tratamiento etiológico (o sea, de la causa), se ha intentado manejar desde hace décadas con distintas medicaciones sintomáticas, tales como analgésico-antitérmicos, antitusígenos, expectorantes, antihistamínicos, etc, con distintos grados de respuesta individual.
Estos fármacos NO curan la infección ni previenen su diseminación, o sea, que son incapaces de limitar las epidemias.