El bullying es la palabra que define las agresiones que se generan por parte de un individuo o de un grupo, en donde humillan, intimidan o dañan a otro de forma intencional y reiterada con consecuencias negativas y dañinas para quien recibe la agresión, pudiendo llegar a causar el suicidio de las víctimas.
El bullying se reconoce como un acto inmoral que se sustenta en el poder que tiene quien humilla (o grupo) contra otra persona que no tiene el mismo poder y/o habilidades para defenderse.
No existe una edad específica en la que esto ocurra, pero la mayor prevalencia, en general, se mantiene entre los 11 y 13 años, pudiendo llegar a que el 46% de las denuncias por bullying sean de víctimas entre esas edades.
Cabe destacar que muchas veces quienes son víctimas de este tipo de acoso guardan silencio por temor o porque pueden ser amenazados por quienes le intimidan.
Además, debido al uso masivo de internet, hoy también se genera cyber-bullying, que es el acoso, intimidación y/o humillación de otro por medio de las redes sociales y el internet en general.
El cómo impacte la situación de bullying a cada persona es diferente, pero es común visualizar en las víctimas baja autoestima, alta cantidad de angustia y ansiedad, miedo e incluso autolesiones, ideas suicidas o intentos suicidas.
El alto impacto emocional que generan estas experiencias también se evidencia en el rendimiento escolar que puede disminuir abruptamente, debido a que los niños están en un estado de hiperalerta constante y no pueden concentrarse y poner atención en temáticas académicas.
Lo anterior se puede comprender ya que frente a escenarios de riesgo potencial el cerebro activa un sistema de supervivencia. Esto quiere decir que la persona estará muy atenta a todos los estímulos que pudieran significarle un peligro para intentar evitarlos (hipervigilancia), pero al hacer eso, se disminuye la capacidad cerebral para incorporar información nueva que no tenga relación con estos eventos.
Ello ocurre porque el alto nivel de estrés genera a nivel cerebral la liberación de cortisol (entre otras sustancias) que muchas veces activa este mecanismo. Además, se visualiza una hiperactivación de la amígdala, estructura en el cerebro que se encarga del mundo emocional y que en estos casos está muy activa con angustia, ansiedad y miedo.
Muchas veces se minimiza el impacto que pueden tener estos eventos de acoso en los niños considerando que son sólo parte de las conductas propias del “ser niños”, pero no se debe confundir el que puedan tener una discusión o una pelea por algo puntual a un acto reiterado e intencionado por parte de uno hacia el otro.
El bullying siempre implica una diferencia de poder entre quien agrede y quien es agredido. El miedo puede hacer que las víctimas no hablen acerca de la situación porque sienten vergüenza y culpa por no poder defenderse.
La responsabilidad recae sobre cualquier persona que tenga sospecha o conocimiento de lo que está ocurriendo.
Todos los miembros de una comunidad educativa (alumnado, padres/madres, profesorado, ...) tienen una responsabilidad importante a la hora de ayudar a quiénes están siendo víctimas y hablar con quienes tienen estos comportamientos violentos.
Existe una alta probabilidad que la víctima pueda pedir que se mantenga en silencio la situación por el temor a las represalias que podrían significarle el que se sepa sobre sus agresores, pero pese a ello, se deben tomar todas las medidas que impliquen la protección de la víctima y la detención inmediata de las agresiones.
Las medidas que pueden tomarse frente a un evento de bullying en alguien cercano son:
Cabe mencionar que no es tarea de la víctima detener las agresiones (por ello discursos como pégale de vuelta no sirven), debe ser un trabajo coordinado y colaborativo entre los adultos que son los encargados de proteger a los niños, por ello, con un soporte familiar y reforzando su autoestima, podemos revertir la situación en compañía de un tratamiento psicológico y/o psiquiátrico en caso de necesitarlo.
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