La obesidad se define como un aumento del tejido adiposo, que se manifiesta por un incremento de peso corporal.
La obesidad por sí misma es una enfermedad crónica. Está asociada con un aumento de la mortalidad y de la morbilidad o prevalencia de múltiples enfermedades (diabetes, hipertensión, hipercolesterolemia, problemas gastrointestinales, artritis, trastornos respiratorios, dermatológicos y endocrinos, cálculos biliares, cáncer, ...).
La obesidad es el trastorno metabólico más frecuente en los países desarrollados, afectando a un 25 por 100 de la población; la prevalencia en la edad infantil se aproxima al 3 por 100; una de cada dos personas mayores de 50 años es obesa.
En la mayoría de los casos, la obesidad se debe a un desequilibrio del balance energético (la ingesta supera al gasto).
En ciertos casos puede deberse a alteraciones genéticas, enfermedades endocrinas (sindrome de Cushing, hipotiroidismo, hipogonadismo, …), fármacos e incluso enfermedades neurológicas.
Se está estudiando la posibilidad de que existan mutaciones del gen que codifica unos receptores de la hormona adrenalina llamados beta-3. Al disminuir la actividad de dicho gen, se produciría una retención de lípidos en las células grasas, lo que origina un aumento del tejido adiposo.
En general se puede afirmar que el origen de la obesidad es tanto genético como medioambiental, incluyendo exceso de ingesta de calorías, escasa actividad física, factores sociales y económicos y alteraciones metabólicas y endocrinas.
¿Cómo saber si uno es obeso? El método más utilizado en Atención Primaria para medir la cantidad de grasa corporal es el índice de masa corporal (IMC), que se obtiene del cociente entre el peso del sujeto en kilogramos y su altura en centímetros al cuadrado. Los valores comprendidos entre 25 y 30 se consideran sobrepeso y los superiores a 30, obesidad.
Tratar la obesidad es dificil. Lo primero que hay que tener en cuenta es que es una enfermedad crónica y por tanto no es de rápida resolución.
Al iniciar una dieta hipocalórica, en primer lugar se consumen las reservas de glucógeno y proteinas, perdiéndose aproximadamente 0,5 Kg por día.
Hasta el quinto o séptimo día no comienza a utilizarse como combustible corporal el tejido adiposo, es decir, el objetivo deseable. Hay que entender, por lo tanto, que el equilibrio energético negativo (gastar más calorías de las que se consumen) se debe mantener durante mucho tiempo.
Se requiere un déficit de 3.500 kcal para perder 0,5 Kg de tejido adiposo. En general, no se recomienda una pérdida de peso mayor de 0,5-1 Kg por semana. Además hay que tener en cuenta que las necesidades energéticas van disminuyendo, aproximadamente 12 Kcal/día menos por kilo de peso perdido.
Se ha comprobado que los individuos cuyo peso corporal fluctúa ampliamente, son más propensos a sufrir cardiopatías e incluso muerte prematura que los que lo mantienen relativamente constante. Por lo tanto, la actitud más prudente es intentar adelgazar a un ritmo sostenido y llevadero y evitar entrar en períodos alternativos de rápida pérdida de peso que después se recupera.